29 sept 2012

Historias para no dormir

León al anochecer en la sabana africanaPasar dos o tres noches en un campamento de la reserva, con las tiendas y los hombres haciéndose un hueco entre el matorral y las acacias, tiene su encanto… y algo de riesgo excitante también, pero no mucho. Una experiencia inolvidable siempre.

Es difícil dormir porque las hienas se pasan toda la noche alrededor de nuestras pequeñas carpas buscando restos de comida. En la tele, las hienas no parecen gran cosa, pero la tele engaña. Hay que verlas de cerca y, sobre todo, oírlas. Alguna noche, alguien –valiente– se levanta para ahuyentarlas a pedradas. Tienen una “risa” desagradable que ataca los nervios. Hasta que te acostumbras. Luego te conformas con ciscarte –con perdón– en la puta madre que las parió.

Los monos y las hienas no se llevan bien, así que si hay hienas no hay monos y viceversa. Prefiero las hienas a los monos, que roban, destrozan y lo revuelven todo. Los leones son otra cosa. Merodean tranquilamente y se les oye rugir, pero no se acercan demasiado, aunque a veces parece que los tengas a un metro. Cuando los rangers consideran que la presión de los animales sobre el campamento es excesiva ponen antorchas alrededor de las tiendas y así nos sentimos algo más seguros, pero se duerme igual de mal. Te despiertas muchas veces: rugidos, aullidos, el enérgico croar de los sapos macho buscando pareja, las risas entrecortadas de las hienas, el crunch crunch de los hipopótamos pastando ahí al lado, algún pajarraco madrugador… En fin, todo un concierto.

hipopotamoLa aparición de un reptil no es infrecuente. Las reacciones, variadas: desde asco, horror o pánico hasta curiosidad, fascinación o incluso adoración, como en ciertas culturas. Los más ancianos cuentan que algunas serpientes se tragan enteras a sus víctimas humanas, especialmente entre las tribus de cazadores que viven aún en condiciones medio prehistóricas, como los bosquimanos, por ejemplo. Y no me parece extraño. Un adulto basarawa o ¡kung ronda los 45 kilos de peso y 1,5 metros de altura como mucho, mientras que una pitón reticulada puede alcanzar cerca de los 10 metros y 75 kilos. El hombrecito bien pudiera ser un delicioso bocatto di cardinale de plácida digestión para la bicha, a condición de que el menú no incluya las flechas, el arco, el carcaj y el protector del pene.

Claro que este país tiene otros animales más simpáticos fuera de la reserva. Una gran cantidad de focas han elegido como domicilio familiar el litoral de las costas sudafricanas. Científicamente hablando, yo creo que no son focas sino lobos marinos. Tienen unas pequeñas orejas y utilizan sus aletas como patas en lugar de arrastrarse por el suelo.

lobo marinoEstas “focas con orejas” se extienden por la costa Victoria, Duiker, El Cabo… Pero la mayor concentración está en Kleinsee, cerca de una inmensa mina de diamantes abandonada donde todavía hay gente que rebusca por si acaso. Se cuentan –¿quién las habrá contado?– cerca de 500.000 animales. El olor es insoportable a medida que uno se acerca. En realidad, casi no se puede respirar, pero la visión es irrepetible: unas apareándose, otras pariendo, otras amamantando a sus bebés…

La aparición de un coyote hace que la playa se despeje a toda velocidad en un curioso espectáculo, con las focas huyendo hacia el mar como alma que lleva el diablo en medio de un griterío gutural, tosco y ridículo que estuvimos imitando toda la tarde. Se lo hicimos a la empleada de la estación de servicio donde repostamos –ouc ouc ouc– y se puso a reír como una loca.

Los blancos ya se sabe.

 


IMÁGENES: Arriba, holgazán e indolente, de vez en cuando ruge para los turistas. Centro, puede comerse 200kg o más de pasto cada noche. Abajo, foca o lobo marino sudafricano. Para hacer un abrigo se necesitan varios animales; para llevarlo, solo uno.

15 sept 2012

De cómo un león acabó con el explorador sir John Doubleday

Esta historia me la contó E’to Tiemoko, brujo de los mandinga. Creo que vale la pena conocerla, aunque los bambara digan que no se puede creer nada de lo que cuenten los mandinga. Hay algo de envidia en el comentario, porque los mandinga han sido siempre una sociedad más adelantada que la de los bambara.

Por ejemplo, E’to Tiemoko nunca hubiera llegado a brujo de haber nacido en el territorio de los bambara, porque allí el que nace de padre cazador será cazador y el que nace de guerrero será guerrero. Sin embargo, entre los mandinga, alguien hijo de cazador puede llegar a ser brujo con el tiempo. Si se lo propone y reúne condiciones, claro.

tribuTodo empezó hace ya algo más de cuatro décadas, cuando el célebre explorador británico sir John Doubleday –amigo personal de un hijo del Livingstone aquel que se perdió en la selva– llegó hasta las orillas del gran río Congo para visitar a su amigo Kuyate, jefe de la tribu de los mandinga, vecinos de los bambara.

¿De qué se conocían ambos?... Nadie lo sabe con certeza. Una versión fiable asegura que fueron socios en un negocio de alimentos de boca –una especie de catering de bajo costo para turistas, exploradores y cámaras de la National Geographic–, hasta que, luego de varias intoxicaciones, los afectados le pegaron fuego al chiringuito en un reprobable dies irae.

pobladoEl caso es que sir John tenía la intención de alcanzar las estribaciones de las montañas Sarakolé, picos que cierran el horizonte al final de la sabana. Alguien le había asegurado que existían unas imponentes cataratas a las que los nativos llamaban “aguas que hablan”.

El jefe Kuyate le refirió que, en algunas noches de silencio, cuando los leones no rugen, las hienas no ríen –¿de qué se ríen las hienas?– y los sapos macho no croan con fuerza llamando a las hembras, esas noches, digo, solía escucharse como un murmullo de agua proveniente de allá lejos.

Al jefe Kuyate le importaban una mierda las cataratas, tanto si hablaban como si no. Sin embargo, puso a disposición de su amigo un joven fuerte y despierto llamado E’to Tiemoko, hijo y nieto de cazadores, para que le sirviera de guía y acompañante.

Lo cierto es que el inglés partió una mañana en busca de las “aguas que hablan” acompañado por el joven, que soñaba con llegar a ser, con el tiempo y una caña, el brujo de su tribu mandinga.

Victoriafälle 1Apenas emplearon tres días con dos noches en alcanzar la cascada. Al pié del agua les recibieron los otrora belicosos tutsi, a los que colmaron de abalorios, espejitos y latas de sardinas y caballa en aceite vegetal, mientras las féminas se entusiasmaban con los ojos azules del explorador y sus enormes y retorcidos bigotes amarillos de nicotina. Algunas le hacían atrevidas proposiciones deshonestas que el explorador se apresuraba a rechazar ingeniando mil excusas, porque los ingleses ya se sabe que nunca han sido amigos de estas licencias.

Las cataratas no eran gran cosa, ciertamente, y no le impresionaron en absoluto al bueno de John: “Hablan, sí, –anotó en su diario– pero su conversación es triste y abatida, decaída, como precipitándose a un abismo”. Tanta fue su decepción que decidió regresar, sin más trámite, por donde habían venido.

Cuenta Tiemoko que, tras un día de marcha, comenzaron a escuchar lo que consideraron el rugido de un león. No con la intensidad urgente como al reclamar a una hembra en época de celo o aprestándose a la caza o marcando el territorio, no, sino como un baladro de profundo sufrimiento.

A sir John Doubleday le picó la curiosidad –además de algunos mosquitos–, decidido a averiguar la razón de aquel extraño rugido. Entre unas acacias de bajo porte, hallaron un enorme león macho que yacía tirado cuan largo era, exhausto por el calor. Una de sus patas delanteras se veía atravesada por una espina de casi un palmo de largo. El animal, con la certeza de su instinto, sabía que, impedido de caminar, su fin estaba cercano.

león 1Sir John no lo dudó. Con gran valentía, tomó resueltamente la pata del animal y, de un enérgico tirón, le arrancó la espina. Para estos casos –y en todo caso también– no hay nada mejor que un buen polvo, así que, echando mano de su botiquín personal, le aplicó una buena dosis de polvos de azol, que evitan la infección de las heridas y ayudan a su cicatrización.

–Has salvado mi vida y deseo recompensarte. Dime qué puedo hacer por ti –dijo el rey de la selva.

Sir John se mostró sorprendido: nunca hasta entonces le había hablado un león. El animal percibió la turbación del inglés.

–Soy el rey de la selva y, de no mediar tu noble acción, hubiese muerto en la plenitud de mi vida. ¿Qué puedo hacer por ti? –insistió el animal.

Sir John se retorció el bigote, pensativo.

–No es mi costumbre pedir favores a nadie –sonrió arrogante.

–No lo tomes como un favor, sino como mi agradecimiento sincero –aclaró el león.

–Muy bien –acabó por aceptar, animado–. Mi amigo Tiemoko y yo tenemos una larga jornada de marcha hasta su poblado. ¿Conoces el poblado mandinga?...

–Sí por cierto –sacudió su melena el león afirmativamente–. He tenido el placer de saborear a algunos de sus habitantes.

–No es un camino muy largo –continuó el explorador– pero sabes muy bien que está plagado de peligros: cocodrilos, búfalos, leopardos, hienas… Si no es demasiada molestia, quisiera que nos acompañes hasta llegar a donde el jefe Kuyate.

brujos

Ningún problema –admitió el león encogiéndose de hombros–. Lo haré gustoso. ¡En marcha!

–Espera, espera –le contuvo el explorador–. No soy un hombre joven. Tanta humedad me agobia y me fatigo mucho al caminar. Estoy pensando que tal vez podrías llevarme sobre tu lomo.

Tras un momento de embarazoso silencio, aprobó el león:

–De acuerdo. Te debo la vida. Llegué a pensar que las hienas acabarían conmigo esta misma noche. De no ser por ti, no hubiera vuelto a ver la luz del sol.

–Otra cosa –se entusiasmó Doubleday–. Habrás visto la cantidad de moscas que nos rodean. Tal vez tú no las notes porque tienes el pelaje espeso, pero para mí son insoportables. Mientras me llevas en tu lomo ¿podrías ir agitando la cola para espantarlas?...

–Sí, claro, está bien –asintió la fiera–. A mí también me molestan. De todas forma, siempre lo hago, así que vámonos ya.

-Una última petición –dijo sir John casi avergonzado–. No llegaremos al poblado de los mandinga hasta mañana, con el sol bien alto. Pasaremos esta noche a la intemperie y cuando duermo sobre el suelo me levanto con un insoportable dolor de espalda. Sería muy gentil de tu parte –prosiguió el inglés– si permitieras que mi ayudante cortase tu melena para procurarme un cojín blandito que me facilite el sueño.

Dr-Livingstone_468x336Cuenta Tiemoko, y aún hoy cuando lo cuenta se estremece, que el león se abalanzó sobre sir John Doubleday y de una sola dentellada acabó con la vida del explorador, momento que el joven aprendiz de brujo aprovechó para huir despavorido.

Años después, un hijo del Livingstone aquel que se perdió en la selva, alcanzó el lugar de los hechos acompañado de E’to Tiemoko, el nuevo brujo mandinga. En recuerdo de su amigo, mandó grabar, sobre una roca próxima, un culto epitafio que le recordara por los siglos de los siglos: Doubleday mortuus hic, anglorum explorator devoravit finita eorum stuporem.

Que en román paladino –más román que paladino– viene a significar: “Aquí murió Sir John Doubleday, un explorador inglés que terminó devorado por su propia estupidez”

 


IMÁGENES: Arriba, dos fotos con la versión tradicional y moderna de un poblado mandinga. Centro, cataratas Victoria, visitadas por Livingstone en 1855, conocidas localmente como Mosi-oa-Tunya o “el humo que truena”. Abajo, el león herido. Más abajo, brujos mandinga en una ceremonia de sanación. Última foto, el ataque del león según un dibujo de la época publicado en “The Pittsburgh Post-Gazette”.

Durante el mundial de fútbol de 2010 en Sudáfrica, 300 brujos africanos, hicieron un ritual para bendecirlo. Sacrificaron un buey a las puertas del Soccer City, invocaron a sus antepasados para que aportasen energía y quemaron una hierba tradicional para pedir un buen campeonato.

1 sept 2012

Los cinco grandes

La expresión “los cinco grandes” o the big five fue acuñada para agrupar a los cinco animales más difíciles de cazar, por el peligro que supone enfrentarse a ellos, desde el suelo, con un rifle en la mano. No he podido averiguar quién fue el primero en usarla o quién el autor de la misma. Sin embargo viene utilizándose desde los primeros safaris de cazadores míticos como Selous, Finch-Hutton, Blixen y tantos otros de aquella época romántica.

El término “grande” –big– no tiene nada que ver con el tamaño de la fiera. La lista reúne cinco especies de entre las más representativas de África: león, rinoceronte, elefante, búfalo y leopardo. Algunos pretenden sustituir al rinoceronte por el hipopótamo, que suele identificarse como el animal africano que más muertes provoca a lo largo del año. Otros, en cambio, consideran que el búfalo de El Cabo y el cocodrilo podrían ser, con igual mérito, candidatos a este equívoco honor.

A partir de la emisión de 1999, cada uno de los cinco billetes de banco sudafricanos –valores de 10, 20, 50, 100 y 200 rands– muestra la imagen de uno de los cinco grandes.

Desde el punto de vista de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN), el león y el elefante de la sabana están catalogados como especies “vulnerables”. El leopardo, a punto de alcanzar el nivel de “en peligro”, mientras que el búfalo se sitúa en la escala más baja del riesgo. En cambio, el rinoceronte –blanco o negro– se encuentra “en peligro de extinción”. Si no se acaba con las mafias, los rinocerontes tienen los días contados.

La personalidad y los hábitos de estos animales son muy variados. El más difícil de observar es el leopardo, por sus costumbres nocturnas y porque suele pasar la mayor parte del día en lo alto de cualquier acacia, a veces en la que menos se espera, que le sirve como refugio, torre de observación y despensa.

SouthAfricaP126b-100Rand-(1999)-donatedsrb_fDe naturaleza generalmente apacible, el búfalo es, sin embargo, el animal más temido por los cazadores por lo imprevisible de sus embestidas, a menudo mortales. Cuando se siente atacado, la manada forma un círculo compacto protegiendo a los jóvenes en su centro, ofreciendo un entramado ofensivo y defensivo de cuernos amenazadores que nadie se atreve a enfrentar.

Del rinoceronte me ocupé en detalle hace unos meses.

El elefante, como dijo La Fontaine “es, si no tenemos en cuenta al hombre, el ser más impresionante de este mundo”. Se le describe como dotado de una gran inteligencia, aunque personalmente me cae bastante mal desde que una tarde decidió venir a por mí –orejas desplegadas, trompa en alto y cara de pocos amigos– porque le estaba tomando unas fotografías mientras el bruto arrasaba la vegetación con su enorme apetito de casi 200kg de forraje diarios.

¿Y qué decir del león? Su cabeza es uno de los símbolos más universalmente reconocidos en la cultura humana. Desde la antigüedad se le proclamó el rey de los animales, el rey de la selva. Holgazán e indolente por naturaleza, incondicional de la siesta, se pasa casi 18 horas somnoliento mientras las hembras –atletas de 150kg– cazan para el clan. El macho conserva la supremacía sobre el grupo, es el primero en alimentarse de las presas aportadas por las damas y se reserva el derecho a matar a las crías de camadas anteriores. Cuando la leona está dispuesta –durante una semana o algo menos– se aparea unas 40 veces al día de promedio.

Se lo tiene bien montado el rey este.

 


IMÁGENES: Arriba, los cinco grandes en una composición pictórica cuyo autor no he podido identificar. Abajo, búfalo en el billete de 100 rands.