26 nov 2011

Derecho a la vida

Cuando, en 1768, el escocés James Bruce pisó el suelo del continente negro dio inicio, sin proponérselo, a la era de los grandes exploradores africanos. En busca del nacimiento del Nilo, terminó descubriendo un continente de indescriptible belleza.

Encontró, intacta, una fauna de valor extraordinario que poblaba bosques, estepas y sabanas y que, poco después, sería mutilada en extremo por los comerciantes de marfil árabes, por los cazadores blancos y por los furtivos de cualquier color.

lioness-and-lion-cubPor esta razón, más que por ninguna otra, la historia de los animales de África está íntimamente ligada a la de los hombres. El mal llamado homo sapiens –reciente conquistador– puso en práctica su imaginado derecho a matar, causando daños irreparables. El deseo desmedido de conquista amputó la grandeza salvaje, sublime y original del bello continente negro, dejándolo exangüe y abandonado.

Sin embargo, en medio de este caos, surgieron hombres y mujeres que, poco a poco, hicieron florecer una nueva conciencia, incluso entre los artífices de la inadmisible masacre. Así fue como algunos cazadores depusieron sus armas. Entre ellos, Théodore Roosevelt, vigesimosexto presidente de los Estados Unidos, responsable de la muerte de miles de animales.

Personas movidas por el remordimiento o el respeto, profundamente involucradas en la defensa de tan generosa causa, alzaron sus voces y se postularon con decisión por el derecho a la vida, contando pronto con el apoyo de la National Geographic Society y la fundación Wilkie, entre otras. Si hubiera que mencionar a todos, la lista sería demasiado larga.

En desorden, citar a Raphael Matta, master of the bush, asesinado en 1959, quien llevó a cabo un combate ejemplar en Costa de Marfil a favor de la supervivencia de los animales salvajes. También a Bernhard Grzimek y su hijo Michel, cuyos enormes esfuerzos salvaguardaron la integridad del cráter de Ngorongoro, de fascinante belleza en tierra masai, en Tanzania.

Un recuerdo especial para Dian Fossey, asesinada a machetazos por los furtivos en 1985 –sospechosamente amparados por el gobierno de Ruanda-, quien luchó en África Central durante 22 años para proteger a los últimos grandes gorilas de montaña.

Nos enorgullecen los magníficos trabajos de Cynthia Moss, una mujer apasionada por los elefantes que, desde hace más de 30 años, cuida de los últimos gigantes del parque de Amboseli, en Kenya. Agradecemos al francés Pierre Pfeffer, iniciador de la campaña “Amnistía para los elefantes”, su lucha con empeño e inteligencia para erradicar definitivamente el comercio de marfil.



Gracias a ellos y a otros muchos formidables guerreros en esta dura batalla, el Kruger National Park, en Sudáfrica, y otros parques y reservas de vida salvaje del continente, pueden ofrecernos imágenes tan hermosas como las que dejo arriba.

Que las disfruten.

 


IMÁGENES: Arriba, leona con su cachorro. Centro, Dian Fossey con un par de gorilas de montaña. Abajo, secuencia de fotografías tomadas en el Kruger, en el centro de reptiles de Khamai y en el centro de rehabilitación de animales salvajes de Moholoholo, cerca de Hoedspruit. Lleva música de Paul Mottran: “Forces of Nature”.

12 nov 2011

Hoy toca gastronomía

Biltong, frikkadelle, potjirekos… no son más que exóticos nombres de algunos platos comunes y corrientes de la cocina sudafricana. En realidad se trata, respectivamente, de carne curada en salazón -similar a una carne seca como la cecina-, de albóndigas de ternera o cerdo y de un estofado tradicional elaborado con carne y verduras cocinadas en potes de hierro fundido.

La gastronomía de este país se origina en una amplia variedad de fuentes y usos. Desde la cocina nativa de los khoisan, xhosa y shoto, por ejemplo, hasta la introducida durante la época colonial por afrikáners y británicos, sin olvidar la influencia culinaria aportada por inmigrantes provenientes de India, Malasia y Java.

800px-CuisineSouthAfricaCon frecuencia, el uso y abuso de una inmensa variedad de salsas enmascara el verdadero sabor de lo cocinado y, francamente, a veces no sabe uno lo que come. Mejor, no vaya a ser que le estén sirviendo mashonzha. Que por aquí no es todo carne de avestruz -deliciosa y baja en colesterol- o sosaties, un pincho de vacuno marinado muy rico.

La mashonzha se elabora con las grandes orugas de la mariposa emperador, propia del sur de África e importante fuente de proteínas para millones de sudafricanos. Son atrapadas principalmente en el entorno de un árbol llamado mapani, de cuyas hojas se alimentan, aunque comen también de otros árboles indígenas, incluyendo hojas de mango. En los matorrales, las orugas no son consideradas propiedad de nadie, pero muy cerca de una casa se pide permiso para su recolección. En ocasiones, las mujeres ponen una marca en los árboles estableciendo así su propiedad.

800px-Mopane_worm_on_mopane_treeCuando la oruga es capturada, se pincha en la cola para romper sus tripas y luego se aprieta como un tubo de dentífrico para expeler su contenido verdoso. El método tradicional para su conservación es secarlas al sol o ahumarlas, aportando así un aroma adicional. Como las orugas secas casi no tienen sabor, frecuentemente se las enlata en salmuera o en salsa de tomate o en cualquier salsa picante. Presentes en todos los mercados rurales del país y en  muchos supermercados de las ciudades.

Las orugas secas se pueden comer sin más condimento, como un aperitivo crujiente. También suelen rehidratarse y luego se fríen y cocinan con cebolla, tomate y especias, y se sirven con sadza, una especie de gachas espesas a base de harina de maíz. Yo las probé a la pimienta y con tomate. No están mal.

El canal gastronómico Food Network presenta en internet un spot en el que un matrimonio norteamericano visita una remota tribu africana y comen mashonzha. El marido lo describe como de sabor a “pollo asado en miel”. Más tarde, el jefe de esa tribu es huésped de la pareja en Estados Unidos y le sirven pollo asado realmente en miel cuyo sabor describe en el vídeo -en su idioma nativo y subtitulado- “justo como las orugas del mapani”.

El gusto está hecho de mil repulsiones.


IMÁGENES: Arriba, cocina típica sudafricana. Obsérvense los potes de hierro fundido y la gran cantidad de salsas listas para aderezar cualquier plato. Abajo, oruga del mapani. Tradicionalmente se cosechaban para subsistencia y nutrición. En la actualidad, Sudáfrica comercializa unas 1.600 toneladas de estas orugas anualmente.

Según la FAO, se consumen más de 500 insectos distintos en países de África, Asia y América, sobre todo escarabajos, hormigas, abejas, saltamontes y mariposas, cuya riqueza en proteínas es similar a la de la carne y el pescado.