31 mar 2012

Hotel de l’Amitié

No iba a ser una excepción. En todas las ciudades de todos los países francófonos existe un hotel llamado “de la amistad”. Claro que no es lo mismo, por más que compartan nombre, el hotel de l’Amitié de Bamako, con modernas habitaciones asomándose al Níger, que esta basurilla en la que estoy metido en una remota e ínfima ciudad africana.

He llegado desde Cotonou, la antigua capital del reino de Dahomey, por una pista que roza lo imposible, tras once interminables horas de viaje en un destartalado jeep de la primera guerra mundial o tal vez algo anterior, obligados a detenernos cada poco para reponer agua en el agujereado radiador. Sekou, el conductor, es un béninois de conversación fácil que trapichea por el camino y me ilustra acerca de cómo sobrevivir con cinco mujeres, un cerdo, trece hijos y ocho gallinas ponedoras en el medio rural de un país paupérrimo.

Pero de lo quiero escribir es de este aciago hotel de l’Amitié. De puertas afuera no aparenta tan mal. Dispone de un patio sombreado que acoge una terraza con media docena de viejas mesas y anticuadas sillas de metal y fórmica, y un comercio de suvenires que no es más que un mostradorcito sobre el que se han colocado algunas artesanías en madera de escaso interés. Melianne, una belleza mitad yoruba mitad baribei, atiende el negocio y me presiona con suavidad para que le cuente qué hace un tipo como yo –blanco, pantalones Levi’s y camisa Lacoste– en un sitio como aquel. Prometo darle todos los detalles esta misma noche en mi habitación.

Pista BeninUn tubo fluorescente sucio, amarillento y triste, sin ambición alguna, me muestra el suelo de la ducha invadido por una cohorte de bichejos de todo tipo, tamaño y condición que camina, bucea o nada alrededor de un burujo de pelos ancestrales que obstruye el desagüe provocando la formación de una ciénaga repugnante.

El retrete luce una costra terrosa con pinceladas, aquí y allá, de roña achocolatada, como salpicada a voleo desde los vientres de una comunidad de virtuosos artistas abstractos. El lavabo –pátina de azúcar moreno– supera en carácter y mugre al descargadero. Bajo una capa de atávicos sedimentos, aparece una redonda pastillita de jabón que despliega su amarillo agresivo sobre un fondo color entre Nesquick y profiteroles. La cama es como un catre militar con un argamandel por almohada, junto a algo que recuerda remotamente lo que debió ser una mesita de noche –de luz– en tiempos mejores. Un agujero de un palmo que da al exterior se supone una réplica calamitosa del aire acondicionado.

melisaMelianne entra sin llamar, aportando una logística elemental que incluye un par de cervezas frías que no tardarán en calentarse, la bolsa de plástico transparente con la recaudación del día y dos espirales para quemar, humo tóxico para mosquitos y humanos.

Cuando despierto, la chica –flor de loto en un albañal– ya se ha ido y Sekou me espera abajo con el auto en marcha. Echo un último vistazo a la habitación. No falta ninguno de los cinco elementos que componen la creación: aire, agua, fuego, tierra y mierda.

Patrimonio de la humanidad.


IMÁGENES: Arriba, Hotel de l’Amitié en Bamako, Malí. Centro, la pista, seca y transitable en la foto. Abajo, Melianne, linda y sonriente por la mañana.

Hace un par de semanas se ha producido un golpe de estado militar en Malí. Espero que el Hotel de l’Amitié no haya sufrido ningún daño. Bajo los arcos de la izquierda, en la fotografía de arriba, pasé muchas tardes conversando con mi amigo Fasoko Doumbia, piloto de Air Malí, frente a una botella de Beaujolais recién importado, admirando las curvas de las oscuras sirenas que poblaban la piscina.

17 mar 2012

Las orejas del lobo

Aeropuertos sin aviones, autovías sin tráfico, campus universitarios exiguos de alumnos, eventos deportivos de gasto insoportable, pistas de hielo y tranvías de financiación inasumible, centros tecnológicos carentes de cualquier objetivo científico, polideportivos para sedentarios –en todo barrio, pueblo, arrabal o caserío–, autonomías endeudadas hasta las cejas con embajadas en el extranjero, subvenciones, falsos ERE, cocaína, bemeuves, vacaciones, pisos de lujo, ropa fashion, chalets, putas y caballos comprados al ya se pagará.

No hace falta ser alguien en economía para entender que gastar lo que no se tiene, estirar el brazo más que la manga –living beyond ours means, para entendernos– es el camino más corto hacia el infierno. En ello estamos, inmersos en el mayor descalabro económico padecido desde los tiempos del cólera, purgando nuestra estulticia.

En febrero de 2006, el Global Europe Anticipation Bulletin (GEAB) lanzó una alerta mundial sobre una inminente crisis. Desde entonces, cada mes, difundió recomendaciones y sugerencias al servicio del ciudadano, empresas, instituciones públicas y dirigentes políticos. Caso omiso. La verdad estaba en la zeja y quienes, por activa y por pasiva, advirtieron al gobierno de la hecatombe que teníamos ya encima, fueron denostados en todos los telediarios como derrotistas, aciagos, sectarios y antipatriotas.

Aquellos polvos engendraron estos lodos y la España de jauja y pandereta se convirtió, como por arte de magia, en país de pesadilla para más de un millón de familias sin ingresos, cinco millones de parados y un 20% de la población sobreviviendo angustiada en el umbral de la pobreza. La producción industrial se redujo un 25% y el consumo se desplomó justo el doble que en Europa.

orejas lbo 2Mientras el país se desangra, sindicalistas cínicos y perversos –tan inútiles como prescindibles en su formato actual–, conscientes de que se esfuman las generosas subvenciones, mamandurrias y prebendas socialistas, convocan una huelga general –cientos de millones de euros perdidos– y se alinean con sus socios, los del cordón sanitario y los brotes verdes, travestidos de la noche a la mañana en oposición responsable.

Ocupados frenéticamente en ganar en la calle –mediante el expeditivo método de quemar contenedores y reventar escaparates– lo que perdieron democráticamente en las urnas, aprovechan el desconcierto para oponerse, sin alternativa viable, a una reforma diseñada por quienes, dando la cara y lo mejor de su leal saber, han decidido enfrentar seriamente la envenenada herencia de irresponsabilidad y despilfarro que recibieron.

barcelonaVersados en la materia, técnicos, premios Nobel de economía, peritos y políticos –líbranos Señor– se afanan en explicarnos ahora, a toro pasado, las causas del infortunio.

Libros concienzudos como “El retorno de la economía de la depresión” de Paul Krugman –darling de la izquierda– o ingenuos como “El cisne negro” de Nassim Taleb, la teoría ninja de Leopoldo Abadía, y otras conjeturas no menos surrealistas como la shumpeteriana –utilización irracional de los factores productivos– o los ciclos de Kondratieff de la economía capitalista, no pasan de ser una justificación farisea, fuera de tiempo y lugar, para explicarnos el color de las orejas del lobo.

Mientras, el lobo, como en la fábula de Samaniego, devoró todas las ovejas.

 


IMÁGENES: Arriba, aeropuerto de Castellón: ni siquiera tiene permiso para operar. Centro, método infalible para remontar la crisis. Abajo, quema de contenedores, otro procedimiento de economía científica para salir de esta.

3 mar 2012

Fin de semana en Jo’burg

musica africanaEl lunes nos trajo a la reserva media docena de nuevos voluntarios, de esos que pagan mil y pico dólares por estar una semana cerca de los animales esperando que llegue el fin del mundo y propiciando que los rangers puedan tomarse un respiro. Sam, Luigi y yo decidimos fugarnos a Johannesburgo a pasar el finde y quitarnos de encima el polvo del matorral.

Mis dos compañeros de escapada son excelentes personas, de las que se hacen querer, aunque muy distintas. Luigi, italiano, impulsivo, vehemente y apasionado, como corresponde. Tiene un problema: en cuanto sus sensores localizan una hembra fuckable, como dice él, toda la sangre se le acumula en el sistema endocrino y necesita tratamiento urgente a base de paños fríos –cubitos de hielo a veces– para volverle a la realidad.

normal_paso_2Sam es australiano, un tipo mucho más tranquilo, sereno y reflexivo. Está en la reserva estudiando –que ya son ganas– la vida y milagros de una araña endémica sudafricana, venenosa, llamada “Sicarius”, un nombre un tanto sensacionalista que proviene del latín y significa exactamente “asesino”.

En esta ficha de dominó –una parte blanca y otra negra– que es Johannesburgo, nos alojamos en el Reef Hotel, viejo conocido de otros fines de semana, donde somos siempre bien recibidos como corresponde a quienes abonan su cuenta sin discutir ningún cargo, aunque alguno resulte manifiestamente dudoso.

El Reef está situado en el Central Business Distric, un barrio clasificado entre los peligrosos donde, hasta la noche de autos, no habíamos tenido nunca ningún problema saliendo a cenar al Gramadoelas o al Moyo –que en swahili significa “corazón”– o a tomar unos tragos en el Cool Runnings, un café de tórrido exotismo y decoración colorista. De allí volvíamos los tres riéndonos con las ocurrencias de Luigi sobre lo que haría en la cama con un par de negritas a las que no les quitó el ojo de encima en toda la noche, ligeramente achispados tras generosas libaciones de amarula, un licor cabezón –spirit of Africa– que entra muy bien hasta que empiezas a ver el mundo borroso y como desvanecido.

3064517037_a492ed26d0 (1)Estábamos ya muy cerca del hotel cuando, entre los ruidos de cualquier ciudad en una noche de sábado, escuchamos un leve silbido, apenas un suspiro en el extremo de la calle. Luego otro, como una respuesta, en el extremo opuesto y, casi al mismo tiempo, una docena de negros acercándose en dos grupos facinerosos que vienen a paso ligero al encuentro de tres borrachines blancos. Todavía no sé qué está pasando hasta que veo doce cuchillos –quizá más, quizá menos– brillando al aire fresco de la noche austral.

Luigi sale corriendo como alma que lleva el diablo: “que les den por culo a mis colegas, que antes es mi pellejo” supuse que pensaría, mientras a Sam y a mí, con cara de pasmados, nos desvalijan de los relojes y los pocos rands que nos quedan en efectivo. Las tarjetas de crédito, pasaportes y propiedades de algún valor están a buen recaudo –necesaria cautela– en la caja de la habitación.

Luigi consigue alcanzar el hotel para pedir ayuda y, en cuestión de segundos, la seguridad del Reef interviene portando armas de fuego que disuaden de inmediato a los bandidos. Uno de ellos me sacude un puñetazo de despedida en una ceja y mis gafas, partidas en dos, saltan por el suelo con un desagradable tilín tilín. El golpe me produce una herida pequeña, aunque suficiente para que, con su cicatriz, pueda presumir yo en el futuro, ante y entre mis amistades, de la noche que me asaltaron en Johannesburgo.

Lo que dan de sí un par de silbidos.

 


IMÁGENES: Arriba, músicos africanos en una original interpretación pictórica. Centro, araña “sicarius”. Abajo, Johannesburgo de noche, con el Carlton en primer plano. Durante casi 40 años, la torre Carlton (222m) fue el edificio de mayor altura en África.