Profecías apocalípticas, caída de devastadores meteoritos, terremotos y tsunamis capaces de borrar ciudades enteras de la faz de la tierra, códigos secretos, revelaciones místicas, acelerador de partículas… Estas son algunas de las recurrentes conjeturas que aparecen puntualmente al ritmo de cada campanada de fin de año.
Las predicciones sobre el fin del mundo son abundantes en todas las culturas, religiones y civilizaciones. En el año 79, la erupción del Vesubio sepultó la ciudad de Pompeya y en la antigua Roma se interpretó como un aviso de que el fin estaba cerca. En el libro del Apocalipsis, San Juan anuncia “la bestia que subirá del abismo” (11:7 y 17:8) “cuando fuesen cumplidos mil años” (20:3). Europa vivió aterrada la llegada del primer milenio, pero la fecha pasó sin que se produjera ningún suceso trágico que pudiera relacionarse con este aniversario.
Asteroide impactando contra la tierra.
Nostradamus (1503-1566), un clásico para especular en torno a las teorías del fin del mundo, predijo que llegaría “tras un gran conflicto”. Pero las revelaciones que circulan por internet no están nada claras y se prestan a múltiples interpretaciones.
Los miedos bíblicos asociados con la numerología surgieron en 1666. Se vaticinaron grandes catástrofes en un año dominado por el “666”, número relacionado con el demonio. Un incendio asoló Londres en septiembre y algunos vieron en ello la mano del mismísimo Satanás.
Uno de los principales candidatos para terminar con la Tierra son los meteoritos. A finales del siglo XIX se descubrió que la cola del cometa Halley estaba compuesta de un cianógeno capaz de ocasionar la muerte de la civilización. Los astrónomos informaron que en 1910 la órbita de la tierra atravesaría la cola del cometa. Los periódicos alertaron sobre el riesgo de una intoxicación planetaria, y algunos avispados hicieron su agosto vendiendo miles de mascarillas para protegerse del gas. El Halley pasó, como cada 76 años, dejando un hermoso espectáculo celeste.
Calendario maya.
Frustrante final del mundo fue el llamado “efecto 2000”, según el cual todos los ordenadores –computadoras– colapsarían con la llegada del nuevo milenio, provocando un desplome informático sin precedentes de gravísimas consecuencias. Por enésima vez, las apocalípticas predicciones fallaron.
Este 2012 será el año definitivo. Los agoreros, videntes, augures y pitonisas conjeturan más hipótesis que nunca para que nos vayamos al carajo antes de comer las uvas del próximo. La fecha marcada en rojo es exactamente el 21 de diciembre, día en que se cumplirá la primera de las siete profecías mayas: “la tierra, tal y como la conocemos hoy, se destruirá”. Su lectura experta indica que no se trata del final sino del advenimiento de una nueva era entendida como sea, al modo de aquellas gentes. Sin embargo, la idea del apocalipsis parece más atractiva. La maquinaria turística mexicana se frota las manos calculando por millones los visitantes a la península del Yucatán, cuna de esta civilización.
Dos expertos en aceleración de partículas esperando el fin del mundo.
Por si no fuera suficiente, también está previsto un aumento de la actividad solar, con un riesgo importante para las telecomunicaciones. Hay quien piensa que el culpable de la desaparición de nuestro planeta azul será el gran acelerador de partículas de Ginebra y que todos seremos engullidos por un agujero negro generado al colisionar con la máxima potencia millones de protones, neutrones, ostiones y bosones de dios, en una versión moderna del miedo de siempre.
Para un final tan aciago, mejor hubiera sido que Noé y su comitiva hubiesen perdido el barco.