“Las semillas duermen en el secreto de la tierra hasta que una de ellas decide despertar y comienza a empujar hacia el sol una ramita inofensiva. Pero hay semillas terribles en el pequeño planeta de El principito. Son las semillas de los baobabs. El suelo está infestado y si no se arrancan a tiempo, lo perforan con sus raíces, invaden todo el planeta y lo hacen estallar”.
Más allá de los peligros descritos en el delicioso relato de Saint-Exupéry, los baobabs están en el origen de numerosas leyendas arraigadas en la memoria de África. Una de ellas relata cómo, en los primeros días de la creación, Dios repartió semillas entre todos los animales para que las sembraran. Las del baobab se las dio a la hiena quien, enojada por haberlas recibido en último lugar, decidió plantarlas al revés. Esto explica la extraña impresión que producen estos árboles, como si sus raíces estuvieran en el aire.
Cuentan que el baobab era uno de los árboles más bellos del continente africano, admirado por su tupido follaje y hermosas flores. Su vanidad creció tanto que los dioses lo castigaron, enterrando sus ramas y dejando a la vista sus raíces. Ramas o raíces, la imaginación indujo a afirmar que son los brazos de antiguos guerreros enterrados en la sabana, que luchan por salir y volver a la batalla.
Se dice que, si una persona bebe agua en la que se han mojado semillas de baobab, quedará protegida del ataque de los cocodrilos. Pero morirá devorada por un león si osa arrancar una sola de sus flores, grandes y blancas, de una noche, que se abren en el crepúsculo y se marchitan en el transcurso del día siguiente.
Los baobabs crecen en zonas semiáridas, desde el Sáhara hasta Sudáfrica. Son longevos y existen ejemplares datados con una edad del orden de los 4.000 años. Un baobab alcanza hasta 25 metros de altura, con un perímetro de tronco de entre 10 y 40 metros. Ahuecados de forma natural por el paso del tiempo, pueden almacenar más de 100.000 litros de agua y alguna vez sirvieron de cárcel, granero, establo, casa, capilla o sala de reunión.
Algunos han exagerado sus dimensiones. Cuentan que existe un ejemplar tan inmenso que en su interior aloja una estación de autobuses. Otro baobab, situado a 500km de Johannesburgo, cobija una cantina donde pueden llegar a reunirse hasta 50 individuos. Parecidos a una sandía pequeña, los frutos de este árbol de la vida para los africanos son ricos en fibra, vitamina C, calcio, potasio y azúcar, pueden ser consumidos como pasta y de ellos se obtiene una refrescante bebida. Con sus hojas se prepara una deliciosa sopa y con su corteza se fabrican fuertes cuerdas usadas por las tribus locales.
“Una manada de elefantes no acabaría con un solo baobab”, asegura el principito. Sin embargo podrían hacerlo algunas transnacionales interesadas en comercializar alimentos, cosméticos y activos químicos obtenidos a partir de sus frutos y semillas. Varias organizaciones ecologistas están ya en la tarea de detener la progresiva desaparición de estos árboles excepcionales.
¡Ojalá lo consigan!
IMÁGENES: Arriba, el planeta de “El principito” invadido por los baobabs. Centro, baobabs en Madagascar. Abajo, espectacular tronco de baobab convertido en cantina.